Una joven en pantalones cortos intentó llamar la atención de mi esposo… así que tuve que darle una lección a esa tentadora.

 Una joven en pantalones cortos intentó llamar la atención de mi esposo… así que tuve que darle una lección a esa tentadora.

Una joven en diminutos pantalones cortos intentó coquetear con mi esposo… así que le di una lección que jamás olvidará.

Mi esposo y yo llevábamos años soñando con unas vacaciones, pero siempre surgía algún imprevisto. Al fin logramos escaparnos unos días. Los boletos de avión fueron de último minuto, lo que significaba que no nos tocaban asientos juntos. “No pasa nada”, pensé. Un par de horas separados no eran nada comparado con el tiempo que pasaríamos junto al mar.

Al pasar por su fila, vi quién estaba sentada a su lado: una chica de unos veinte años, con unos shorts diminutos de mezclilla, labios rojos como fuego y pestañas tan largas que parecían abanicos. No soy una esposa celosa, así que solo sonreí para mis adentros: “Que se siente allí, no me importa.”

Pero treinta minutos después, su comportamiento pasó todos los límites.

Se inclinaba hacia él, susurrando con coquetería, riéndose demasiado fuerte de sus respuestas cortas y educadas. Rozaba su mano “por accidente”, le pedía ayuda con su bolso, con su botella de agua. Mi esposo seguía siendo todo un caballero: distante, nada interesado.

Y entonces lo hizo. Estiró sus largas piernas y las apoyó en el asiento de enfrente, prácticamente en la cara de mi marido, exhibiéndose como si estuviera en un escenario.

Ahí se acabó mi paciencia.

Me levanté con mi taza de café en la mano y caminé despacio por el pasillo. Al llegar a su fila, me incliné, besé a mi esposo en la mejilla y —“ups”— mi mano resbaló.

— Ay… lo siento, murmuré, mientras una gota de café caliente caía justo sobre el muslo de ella.

Saltó de inmediato como si la hubieran quemado.
— ¿Estás loca?! —gritó, tan fuerte que medio avión volteó a mirar— ¡Estos shorts son nuevos!

Le sonreí con dulzura.
— Sí, ya me di cuenta. Te has encargado de enseñarlos con tanto entusiasmo durante todo el vuelo que era imposible no notarlos. ¿Quizá ahora puedas sentarte como corresponde?

Ella bufó, sacó unos pantalones deportivos de su bolso y se marchó furiosa al baño para cambiarse.

Mi esposo me miró con esa expresión de “Eres increíble”.
Yo simplemente volví a mi asiento, abrí la revista de a bordo y, por fin, disfruté del vuelo en paz.

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