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Un tramo de la carretera urbana se derrumbó en plena luz del día: cuando los especialistas descendieron al cráter, encontraron bajo tierra algo que había permanecido oculto a todos durante décadas.

 Un tramo de la carretera urbana se derrumbó en plena luz del día: cuando los especialistas descendieron al cráter, encontraron bajo tierra algo que había permanecido oculto a todos durante décadas.

El estruendo era tal que las ventanas temblaban. La gente salía corriendo de los edificios, mirando hacia la carretera, donde se levantaba un humo gris y una nube de polvo ascendía al cielo.

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A los pocos minutos, quedó claro: un tramo de la vía simplemente había desaparecido. El asfalto por el que cada mañana transitaban autobuses, coches y peatones se había desplomado, dejando un enorme agujero abierto.

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Bomberos, policía y maquinaria llegaron de inmediato. Grúas pesadas se alineaban a lo largo del borde del cráter, los rescatistas colocaban barreras, y los periodistas captaban cada detalle con sus cámaras. La multitud estaba paralizada: abajo se abría un abismo negro, de varios pisos de profundidad, con olor a tierra y algo… extraño.

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Cuando los primeros ingenieros descendieron con cuerdas de seguridad, un silencio tenso cubrió el lugar. Las luces de los faroles iluminaban fragmentos de concreto, cables rotos y tuberías torcidas. Y entonces uno de los hombres gritó de repente:

—¡Eh, iluminad aquí!

Un haz de luz cayó sobre algo metálico y masivo: un enorme tanque oxidado, incrustado en la tierra como parte de alguna antigua instalación subterránea. Al principio pensaron que podía ser un depósito de agua o restos de la alcantarilla soviética. Pero al acercarse, el aire se volvió corrosivo, como si alguien hubiera rociado ácido.

—¡Retrocedan! ¡Rápido! —gritó un ingeniero, cubriéndose la cara con la manga.

Bajo la suciedad apareció un signo descolorido: tres rayos sobre un fondo amarillo. Peligro radiactivo. Más abajo, un mensaje en inglés:
“Danger. Do not open.”

Nadie se movía. Solo el golpeteo de gotas cayendo de la estructura metálica.

Se llamó a expertos ambientales, rescatistas y militares. En un par de horas se descubrió que bajo la carretera había un tanque abandonado con desechos químicos, enterrado décadas atrás sin permisos ni advertencias. Simplemente lo cubrieron de tierra y lo olvidaron.

Con el tiempo, el metal se oxidó, la corrosión perforó las paredes y las aguas subterráneas hicieron su daño: el suelo bajo la carretera colapsó.

Cuando se supo que una parte del tanque estaba dañada, todo el barrio fue acordonado. Ordenaron a la gente no salir de casa y cortaron el suministro de agua. La ciudad quedó sumida en la alarma: el aire olía a químicos, irritando la garganta.

Un anciano que vivía cerca murmuró:

—Trabajé aquí hace cuarenta años. Decían que algo enterraban bajo la carretera… pero nadie lo creía.

Ahora todos lo creían.

Los especialistas en el borde del cráter miraban en silencio hacia abajo, conscientes de que, si el colapso hubiera ocurrido en plena jornada, cuando el tráfico era intenso, la ciudad no solo hablaría de la catástrofe… estaría viviendo en su epicentro.

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