Durante una sesión de fotos de bodas, mi caballo de repente empezó a relincharle a mi novio y luego lo mordió: pensé que estaba loca, pero luego noté algo

 Durante una sesión de fotos de bodas, mi caballo de repente empezó a relincharle a mi novio y luego lo mordió: pensé que estaba loca, pero luego noté algo

Desde que amaneció, me sentía la mujer más feliz del mundo. Era el día de mi boda y, como siempre había soñado, quería que en las fotos estuviera también mi caballo —mi compañera más fiel, mi amiga de toda la vida. Mi padre, antes de morir, me la había regalado, así que su presencia significaba mucho más que un simple detalle bonito.

Mi prometido apoyó la idea con entusiasmo. “Será romántico, diferente”, dijo. Y así, entre flores y risas, comenzamos la sesión fotográfica. El viento era suave, la luz perfecta… hasta que nos acercamos al corral.

De repente, mi yegua comenzó a inquietarse: relinchaba con fuerza, golpeaba el suelo con las patas y movía la cabeza de un lado a otro. Luego empujó a mi prometido con el hocico. Yo intenté calmarla, la acaricié, le susurré palabras dulces, pero ella, de pronto, bajó la cabeza y lo mordió en el hombro.

Él gritó de dolor y retrocedió furioso:
—Tu caballo está loco! Llama a un médico!

Yo estaba paralizada. No entendía qué le pasaba. Aquella yegua había crecido conmigo, jamás había mostrado agresividad hacia nadie. Pero unos minutos después supe que no se había vuelto loca en absoluto.

Cuando, aún alterada, trataba de reprenderla, se acercó el mozo de cuadra. Habló en voz baja, con una seriedad que me heló el corazón:
—No le grite, señorita… Ella solo hizo lo que creyó correcto. Lo vio todo.

—Qué dices? —pregunté confundida—. Qué fue lo que vio?

Entonces me contó que, mientras yo estaba en una competencia fuera de la ciudad, mi prometido había venido varias veces a las caballerizas acompañado de otra mujer. Le enseñaba mis caballos, presumía, y la abrazaba sin pudor… frente a los ojos de mi fiel amiga.

En ese momento lo entendí todo. Ella no podía soportar tener cerca al hombre que me había traicionado.

La boda no se celebró. Aquella misma tarde regresé a casa, me quité el vestido y abracé con fuerza al único ser que nunca me mentiría. Mi caballo había visto la verdad antes que yo… y me había salvado de casarme con la persona equivocada.

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