During the funeral of a little girl, the ground suddenly stirred, and snakes and scorpions emerged from it. In an instant, everyone understood the reason for their appearance and froze in shock.
Al principio todo transcurría con calma. Un día soleado, una brisa ligera, el aroma de flores frescas y los sollozos apagados de quienes se habían reunido junto a la tumba. Un pequeño ataúd blanco reposaba al borde de la fosa, el sacerdote murmuraba una oración, y junto a él, la madre lloraba en silencio, apenas susurrando el nombre de su hija con los labios.
Todos permanecían en silencio mientras los enterradores comenzaban a descender el ataúd. Y fue justo en ese instante cuando la tierra bajo sus pies pareció cobrar vida.
Al principio alguien pensó que se trataba de un espejismo provocado por el calor, pero del suelo emergió de repente una cinta oscura que se retorcía. Luego apareció otra, y al instante todos comprendieron: eran serpientes.
Salían por decenas, deslizándose por la tierra y sobre el ataúd, siseando y entrelazándose como si protegieran a la niña. Los gritos rompieron el silencio. La gente retrocedió asustada, alguien dejó caer la cruz, otro tomó al niño en brazos.
De las grietas comenzaron a salir escorpiones negros, con colas brillantes, arrastrándose lentamente sobre la arena. Cada vez eran más, y daba la sensación de que la propia tierra se rebelaba contra lo que ocurría.

El sacerdote palideció y su voz tembló: —Señor… protégenos…
Alguien susurró: —Es una señal. El alma no encuentra descanso.
El funeral se detuvo. La gente permaneció paralizada, incapaz de dar un paso. Incluso el viento cesó, como si temiera perturbar aquella escena aterradora.
Solo unos días después se supo lo que realmente había ocurrido. Cerca del cementerio se realizaban trabajos de excavación ilegales: los obreros habían abierto un hoyo y destruido antiguos refugios subterráneos donde vivían serpientes y escorpiones. Sin un hogar, los animales salieron a la superficie y, buscando seguridad, se dirigieron al lugar donde la tierra estaba más blanda, justo hacia la tumba recién cavada.
Todo quedó explicado. Pero aun cuando se conoció la verdad, la gente no pudo olvidar lo que había visto.
Porque, aunque no fuera misticismo, la imagen misma —cientos de seres vivos envolviendo el ataúd de un niño— se presentó como un escalofriante recordatorio de que incluso la naturaleza, a veces, llora por sus pérdidas.