El coche se salió de la carretera y quedó colgando sobre un enorme precipicio. Un instante más y habría sido el desastre… pero entonces el perro del conductor hizo algo inesperado.
- INTERESANTE
- November 14, 2025
- 3
- 5 minutes read
Era un día caluroso y común. El aire vibraba sobre el asfalto, mezclando el aroma del neumático caliente con el del pino. El conductor recorría una serpenteante carretera de montaña, conocida desde su infancia. La radio murmuraba una vieja canción, mientras su perro dorado, Baks, se acomodaba en el asiento delantero, sacando el hocico por la ventana y dejando que el viento lo acariciara. Todo estaba en calma… hasta esa curva.
...
De repente, la carretera descendió, las ruedas rasparon sobre la grava suelta y el vehículo se deslizó. Un chirrido, un grito de frenos, un golpe seco: el pickup se precipitó sobre el abismo, colgando de las ruedas traseras aferradas al borde. Abajo, el vacío y el silbido del viento. Cualquier movimiento podía ser el último.
...
Baks aulló. Su cuerpo tembló, y en un instante, sin pensarlo, saltó por la ventana. Tocó tierra, rebotó y, al mirar hacia atrás, encontró la mirada de su dueño. El hombre luchaba por desabrochar el cinturón, pero la hebilla se había trabado. La camioneta se inclinaba lentamente, chirriando el metal.
...
—¡Vete, Baks! —gritó— ¡Vete!
Pero el perro no se movió. Permaneció alerta, estudiando la puerta torcida, y de pronto se lanzó hacia el vehículo. Sus dientes se clavaron en la correa de tela de una bolsa colgada al costado. Con fuerza, Baks sacó una cuerda de nylon enrollada y la arrastró hacia su dueño, ladrando con desesperación.

El hombre, comprendiendo finalmente el plan del perro, tomó la cuerda. La enrolló en su brazo, la aseguró a un soporte bajo el asiento y tiró: la puerta se abrió. En ese instante, la caja se desprendió, cayendo al abismo, pero él logró agarrarse del borde.
Baks tiró de la cuerda con todo su cuerpo, gruñendo con esfuerzo. Sus músculos temblaban, las garras arañaban la tierra, pero no soltaba. El hombre se impulsó, salió por la ventana y, tras volcarse sobre el borde, cayó al suelo.
Un silencio absoluto reinó por unos segundos. Luego, un jadeo cercano: rápido, entrecortado. Baks estaba allí, tumbado en polvo y con el pelaje desgarrado, pero la cola apenas moviéndose.
El hombre lo abrazó, pegándolo a su pecho.
—Me salvaste la vida, amigo —susurró.
El sol se inclinaba hacia el ocaso. Abajo, entre la neblina, brillaba un punto rojo: la caja de su pickup cayendo al abismo. Y en el borde del camino, entre piedras y polvo, quedaban dos sobrevivientes: un hombre y su perro, vivos contra todo pronóstico.
...