Audrey Hepburn ha sido durante mucho tiempo una auténtica leyenda. Soñaba con convertirse en bailarina, pero tuvo que abandonar el ballet debido a su altura. Sin embargo, encontró su verdadera vocación en el cine, convirtiéndose en una de las actrices más grandes y talentosas que el mundo haya conocido. Audrey comenzó su carrera cinematográfica a los 17 años y pronto recibió su primer Premio de la Academia.

Cautivó no solo a millones de fanáticos, sino también a diseñadores y directores de renombre.

Audrey era absolutamente encantadora y única, considerada el epítome de la belleza. Sus profundos ojos color avellana, su sonrisa radiante y sus delicadas facciones la hacían parecer un ángel frágil. A pesar del reconocimiento mundial, Audrey luchó por amarse a sí misma, sintiéndose demasiado delgada y alta, y no le gustaban sus propios pies. Cuando se miraba en el espejo, no podía ver nada hermoso y permanecía modesta sobre su éxito.

A pesar de sus inseguridades, Audrey Hepburn se aceptó completamente. Nunca buscó cambiar nada de sí misma a través de cirugías plásticas o inyecciones de belleza.

Audrey abrazó cada arruga, y por eso, incluso en sus años maduros, se mantuvo impecable, genuina y verdaderamente hermosa.