En la noche de bodas, mi suegra se metió en nuestra cama “borracha”. Y a la mañana siguiente vi en las sábanas algo que cambió mi vida para siempre.
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- November 5, 2025
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La noche de mi boda debía ser el comienzo de una nueva vida — luminosa, tierna, llena de amor. Soñaba con dormirme en los brazos de mi esposo, llamándolo por primera vez “mío para siempre”. Pero el destino tenía otros planes.
Apenas había terminado de quitarme el maquillaje cuando la puerta se abrió de golpe — y en el umbral apareció mi suegra. Ebria, con el cabello despeinado y un brillo inquietante en los ojos.
— Mamá bebió demasiado — murmuró Ithan con incomodidad. — Que descanse un poco aquí.
Me quedé inmóvil, con la almohada en las manos, sin creer lo que estaba viendo.
La noche de nuestra boda. Nuestra cama. Y su madre.
Guardé silencio, no quería provocar una escena. “Solo una noche”, me repetí, tratando de convencerme.
Pero al amanecer, cuando regresé a la habitación, el aire se volvió denso, irrespirable.
Las sábanas estaban arrugadas, el aroma de perfume flotaba en el ambiente — y no era el mío.
Sobre el blanco impecable, una mancha oscura… seca en el centro, húmeda en los bordes.
Y un olor… definitivamente no era alcohol.

Me quedé paralizada, con el corazón golpeando en el pecho.
Margaret fue la primera en moverse: se incorporó con calma, arreglándose el cabello y esbozando una leve sonrisa.
— Oh, querida, creo que me quedé dormida aquí… — dijo, cubriendo las sábanas con la mano.
Ithan, a su lado, fingía dormir.
No supe qué había ocurrido esa noche, pero desde ese amanecer mi matrimonio cambió para siempre.
Todo se volvió frágil, helado, lleno de silencios.
Con el tiempo lo comprendí: Margaret no era solo una madre.
Era una sombra. Una guardiana celosa.
Aparecía en cada gesto, en cada palabra, incluso en la comida que “probaba primero”.
No solo amaba a su hijo… vivía a través de él.
Hasta que un día encontré un viejo diario.
Páginas amarillentas, su caligrafía inconfundible.
Una frase tachada, pero visible incluso entre lágrimas:
“Ella no podrá quitármelo. Nadie podrá.”
Entonces lo entendí todo.
Aquella mancha en las sábanas no era suciedad. Era una advertencia.