Iba conduciendo por delante de la casa de mi hermano y decidí parar a visitarlo cuando vi el coche de mi mujer en la puerta. Miré por la ventanilla para ver qué hacían allí y me horroricé
Volvía a casa tras una jornada interminable cuando reconocí la fachada: la casa de mi hermano. Hacía tiempo que no nos veíamos y, ya que iba de paso, pensé en entrar a saludar, tomar un café y charlar un rato, como en los viejos tiempos.
Pero al aproximarme a la puerta, me detuve en seco: junto al portal estaba aparcado un coche que conocía demasiado bien. El coche de mi mujer. El corazón se me congeló. No miré la matrícula al instante; me quedé ahí, clavado, sin dar crédito a lo que veía.
Traté de convencerme de que todo era una coincidencia: quizá había venido a dejar algo, quizás tenía algún asunto con mi hermano. Pero cuanto más tiempo pasaba allí parado, más fuerte latía mi pecho.
Decidí llamar a mi mujer para aclararlo. Saqué el móvil y marqué:
—Hola, ¿dónde estás?
—Hola —contestó ella con tranquilidad—, estoy en casa de una amiga, nos quedamos un rato y luego vuelvo. No te preocupes, en una hora estaré en casa.
—¿En casa de una amiga? —pregunté, conteniendo la voz.
—Sí, todo bien —dijo, y la llamada se cortó.

Me quedé frente a la casa de mi hermano sin saber qué pensar. Si había ido por un asunto puntual, ¿por qué mentir sobre estar con una amiga? Una voz interior me decía que allí no estaba por casualidad. Tenía que saber la verdad.
Me acerqué sigilosamente a una ventana iluminada. Me asomé y lo que vi me heló la sangre.
Mi esposa estaba sentada en el sofá, con el rostro empapado en lágrimas y los ojos enrojecidos. A su lado, mi hermano la sujetaba de la mano y le susurraba palabras que intentaban calmarla.
—Ya no puedo seguir ocultándolo —dijo ella entre sollozos—. Esto está mal. El niño no es suyo… Puede descubrirlo en cualquier momento.
Mi hermano se inclinó y habló en voz baja, con firmeza:
—Debes mantenerlo en silencio. Si lo dices, lo arruinarás todo: su vida, tu matrimonio y nuestra relación para siempre.
Sentí que me faltaba el aire; la cabeza me dio vueltas y el corazón me latía con violencia. No recuerdo exactamente cómo llegué hasta la ventana ni cuándo golpeé el cristal.
Ambos se sobresaltaron. Ella palideció, mi hermano quedó inmóvil, como si viera un fantasma.
Nos miramos a través del vidrio: tres personas unidas por una mentira que nadie quería pronunciar.
Y ahora no sé cómo seguir adelante. No sé cómo perdonarlos.