La cabaña ha estado abandonada durante 18 años: pero los nuevos propietarios decidieron transformarla.

Durante 18 años, el refugio campestre de Irina yacía desierto, descuidado y olvidado. Al contemplar la posibilidad de vender la propiedad, se desanimó al recibir ofertas que apenas alcanzaban los $1,500, lo que la llevó a reconsiderar.
Al descubrir el estado deteriorado del piso, Irina y su esposo emprendieron un viaje de restauración. Al presenciar los resultados transformadores, decidieron seguir adelante con su empresa de renovación.
Mientras se deliberaba sobre cómo revitalizar el interior, Irina abogaba por el enfoque convencional de placas de yeso y papel tapiz. Sin embargo, su esposo defendía un enfoque más distintivo, lo que llevó a la familia a decidir abrazar el encanto atemporal del estilo provenzal.
Al abrazar esta estética, decoraron las paredes con imitación de madera, meticulosamente pintada para exudar un encanto rústico. Sillas de ratán, muebles blancos, delicadas obras de hierro y caprichosos acentos de mimbre dieron vida al espacio.
Determinados a preservar la esencia de su santuario, confiaron la renovación de su viejo sofá y eligieron integrar la estufa en su ambiente pintoresco, adornándola con azulejos resistentes al calor.
Impulsados por una pasión compartida por la organización espacial, Irina y su esposo ampliaron su visión para incluir un nuevo baño y un segundo piso ampliado, con un codiciado vestidor.
Con cada renovación, el refugio campestre floreció en un hogar querido, un testimonio de su dedicación y amor.
Y mientras continúan nutriendo tanto su hogar como los terrenos circundantes, el viaje de transformación persiste, prometiendo infinitas posibilidades para su refugio.