Mi hermano se casó con la chica que me acosaba de niña; me aseguré de que recibiera un regalo de bodas que nunca olvidaría.

Cuando mi hermano anunció su compromiso, me emocioné… hasta que mencionó a la novia: Nancy, la chica que había hecho de mi infancia un infierno. No me había acosado físicamente, pero sus palabras habían dejado cicatrices profundas, y ni maestros ni padres se dieron cuenta. Durante años construí una vida lejos de ella, dejándola atrás… hasta que esa llamada volvió a traer el pasado a mi presente.

En la fiesta de compromiso, Nancy parecía impecable, sonriente y sutilmente manipuladora. Llenaba la conversación de cumplidos ambiguos y comentarios pasivo-agresivos; su tono dulce escondía intenciones afiladas. Supe de inmediato que no había cambiado. Pero yo sí. Y estaba lista.

Recordando su irracional miedo a las mariposas desde la escuela, ideé el plan perfecto. Busqué empresas locales de liberación de mariposas y pedí un envío de doscientos ejemplares vivos, programado para ser entregado la noche en que regresara de la boda a su casa. Instrucciones especiales aseguraban que la caja se abriera dentro y que la liberación quedara grabada.

Esa noche, Nancy y mi hermano llegaron a casa. Al abrir la caja cuidadosamente empaquetada, las mariposas se elevaron y revolotearon por la habitación. Nancy gritó, agitó los brazos y entró en pánico, un espectáculo épico de terror. Mi hermano intentaba calmarla, desconcertado, mientras yo registraba cada momento en video.

A la mañana siguiente, mi hermano llamó furioso, pero me mantuve tranquila. “¿Cuántas noches lloré en la escuela por culpa de ella?”, pregunté. Se quedó callado. Y, de paso, añadí: “Ah, por cierto… todo en video. ¡Un desastre de boda en oro puro!” Eso fue lo último que supe de Nancy… y por primera vez en años, dormí como un bebé.

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