Mi perro se acostaba sobre mi abdomen y gruñía a mi esposo cuando él intentaba tocarme. Pensé que solo estaba celosa… hasta que descubrí la horrible verdad.

Loki estaba a mi lado mucho antes de que él apareciera en mi vida. Compartió conmigo la soledad, la alegría, las lágrimas — siempre presente, siempre comprendiendo sin necesidad de palabras.
Cuando me enamoré, Loki lo aceptó con calma. Cuando nos casamos, simplemente se acostaba a mis pies, como si supiera: ahora somos tres.
Y entonces ocurrió un milagro: descubrí que estaba embarazada.
A partir de ese día, mi perro cambió.
Dejó de jugar, apenas se separaba de mí.
Cada noche se acostaba a mi lado, apoyaba la cabeza sobre mi vientre y escuchaba. Como si percibiera vida allí dentro.
Cuando el bebé se movía, Loki levantaba las orejas con entusiasmo y emitía suaves gemidos — como si riera conmigo.
Pero en cuanto mi esposo se acercaba y apoyaba la mano sobre mi vientre, ella se interponía entre nosotros, gruñía mostrando los dientes.
Una vez incluso le mordió la mano.
Sentí miedo.
Él gritaba, amenazando con echarla, llamándola “loca”.
Y yo… la defendía. Pensaba que solo estaba celosa. Que sentía que alguien me estaba arrebatando.
Pero estaba equivocada.
Y Loki lo sabía.
Después del parto, la situación empeoró. Mi esposo se distanció, se irritaba por cada llanto del bebé. A veces, en su mirada, percibía algo oscuro, frío — y no lograba entender qué era.
Hasta que… todo se reveló por accidente.
Un día, mientras él se duchaba, tomé su teléfono para poner la alarma.
Y vi sus mensajes por casualidad.
“Odio este ruido — le escribía a su madre —. Ahora ella solo vive para él. Este niño lo ha arruinado todo. A veces pienso en lo fácil que sería si no existiera”.
Me quedé paralizada. Mi corazón parecía detenerse.
Todo encajaba: su distancia, su irritación, su rabia.
Y de repente entendí que todo este tiempo Loki había intentado advertirme.
Ella sentía su maldad.
Sabía que él era capaz de hacer daño.
No se trataba solo de celos — estaba protegiéndome.
A mí. Y a mi hijo.
Ahora mi hijo crece, y Loki siempre está a su lado.
Duerme junto a su cuna, escucha pacientemente sus risas y acepta con cuidado los pequeños premios que le da con sus manos diminutas.
Y cada vez que los miro, pienso lo mismo: Si no fuera por ella — tal vez él nunca habría estado aquí.