Pensé que me había comprado un coche nuevo por nuestro aniversario, pero en realidad era para su hermana: ¡Detalles!

Una ligera inquietud debería haberme alertado sobre su engaño: un patrón de secretismo y nerviosismo que insinuaba verdades ocultas. Sin embargo, como siempre, seguí confiando en él, atribuyendo su actitud a la emoción del momento. Se acercaba nuestro séptimo aniversario, y me permití soñar con una celebración cuidadosamente planeada. Durante semanas, él insinuó sorpresas, prometiéndome un regalo que cumpliría mis más anhelados deseos. En mi mente, imaginaba viajes exóticos y obsequios lujosos, hasta que la imagen de un elegante sedán azul zafiro estacionado en nuestra entrada se convirtió en mi fantasía favorita. El aroma a cuero nuevo impregnaba el aire mientras deslizaba mis dedos por sus curvas impecables. Lo miré, con los ojos brillantes de emoción.
“¿Hiciste esto por mí?” pregunté, notando un leve titubeo antes de su respuesta. Luego llegó una sonrisa forzada y un casual: “Sí, bueno… te mereces lo mejor.” Una ola de gratitud me envolvió, pero algo en su actitud me inquietó. No mostraba verdadera emoción, no había palabras sinceras, solo un gesto distraído, una palmada en la espalda que me dejó una sensación extraña. A la mañana siguiente, ansiosa por conducir mi nuevo auto, lo vi afuera, conversando con alguien. Me asomé por la ventana y, para mi sorpresa, allí estaba su hermana, Olivia, sonriendo mientras él le entregaba las llaves. Mi corazón se aceleró. Salí de inmediato, sintiendo cómo la incredulidad y la ira se entrelazaban dentro de mí.
“¡Ese auto era para mí!” exclamé, con la voz temblorosa. La expresión de Olivia reflejaba confusión, mientras que Aaron evitaba mirarme. “¿Espera… tú pensaste que era tuyo?” preguntó Olivia, dejando escapar una risa incómoda. Volví la mirada hacia Aaron, esperando una explicación. Él soltó un suspiro y murmuró con indiferencia: “Lena, iba a decírtelo. Olivia necesitaba un coche. Tú ya tienes uno.” Sus palabras me golpearon con una frialdad hiriente. Todas esas promesas susurradas, toda la emoción que me había dejado sentir, resultaron ser solo una cruel ilusión. “No era para ti”, admitió sin remordimientos. “Vamos, es solo un auto.” “Solo un auto”, repetí en voz baja, dejando que esas palabras se clavaran en mí como un recordatorio amargo de cuánto me había menospreciado. Después de años de apoyo incondicional, soportando sus cambios de trabajo, sus problemas financieros y sus constantes ausencias, mi recompensa era verlo priorizar a su hermana mientras a mí me trataba con indiferencia. Una risa amarga escapó de mis labios.
“¿Sabes qué? Tienes razón. Es solo un auto. Y esto… esto es solo un matrimonio. Y yo… he terminado.” El rostro de Aaron perdió color. “Lena, no seas ridícula.” No lo escuché. Me dirigí al dormitorio, sacando una maleta y comenzando a llenarla con lo esencial. Sus pasos se acercaban rápidamente detrás de mí. “Lena, en serio, ¡estás exagerando!” Me giré para enfrentarlo, mi voz firme y helada. “¿De verdad? Dime, Aaron, ¿cuándo fue la última vez que me pusiste en primer lugar?” Su silencio lo dijo todo. Con la maleta en mano, crucé la puerta sin mirar atrás. Olivia ya no estaba. Y Aaron, parado en el porche, comenzaba a comprender, demasiado tarde, el precio de sus acciones.