El día era tranquilo. El sol brillaba sobre el agua, las olas rompían suavemente contra el muelle, y las familias disfrutaban de la playa. Todo parecía normal… hasta que unos gritos llamaron la atención de todos.

— ¡Chicos, miren lo que hemos pescado! — gritó uno de los hombres desde el barco.

Con gran esfuerzo, sacaban del mar algo gigantesco. Cuando la criatura emergió a la superficie, la multitud estalló en murmullos. Nadie había visto nada igual.

El enorme pez colgaba del anzuelo, goteando agua, su cuerpo gris brillando bajo el sol. Los turistas se acercaron, tomaban fotos, reían, asombrados por el tamaño del animal. Los pescadores posaban orgullosos junto a su presa: era, sin duda, la captura de sus vidas.

Pero la emoción se transformó en silencio cuando uno de ellos decidió abrirle el vientre. Quería mostrar qué había comido ese monstruo marino. El cuchillo brilló… y un líquido oscuro salió lentamente.

De pronto, algo cayó al suelo con un golpe sordo. Todos se inclinaron para mirar.

Era un teléfono móvil. Cubierto de mucosa, pero sorprendentemente intacto.

— ¿Un teléfono? — murmuró alguien incrédulo.

Uno de los pescadores lo tomó y presionó el botón de encendido. La pantalla parpadeó… y un video comenzó a reproducirse.

Un hombre en una lancha. El mar embravecido. El viento rugiendo. Entre los relámpagos, se oía una voz desesperada:
— ¡Ayuda! ¡Por favor!

La cámara tembló, el agua cubrió el lente… y la imagen se apagó.

El silencio fue total. Nadie se movía. Los pescadores se miraban pálidos, sin decir palabra.

Más tarde se supo que el teléfono pertenecía a un hombre desaparecido tres semanas antes, durante una tormenta en esas mismas aguas. Su bote nunca fue encontrado.
Y aquel pez, según los biólogos, ni siquiera debía vivir en esa zona del océano.

De dónde vino… y cómo el teléfono terminó dentro de él… sigue siendo un misterio.