Rescató a una gorila herida del bosque… Años después se reencontraron, y lo que hizo el animal dejó a todos sin palabras
             
      Aquel día, un hombre encontró en medio del bosque a una pequeña gorila herida. Estaba tendida en la hierba húmeda, apenas respiraba y una profunda herida le atravesaba la pata. No pudo ignorarla: la envolvió con cuidado en su abrigo y la llevó a casa.
Durante semanas la cuidó con devoción. Le cambiaba las vendas, la alimentaba con biberón, la mantenía caliente junto al fuego y le hablaba con ternura, como si fuera su propia hija.
La gorila, que al principio temblaba de miedo, comenzó a confiar en él. En pocos meses se convirtió en un animal fuerte, de mirada profunda y sorprendentemente amable. Entre ellos nació un vínculo inquebrantable.
Pero la ley era clara: tener un animal salvaje en casa estaba prohibido. Un día, los vecinos vieron a través de la ventana la enorme figura de la gorila y alertaron a las autoridades.
Al día siguiente llegaron los agentes de protección animal. El hombre suplicó entre lágrimas que no se la llevaran, asegurando que jamás haría daño a nadie. Pero la decisión ya estaba tomada.

La gorila fue trasladada, y el hombre se quedó solo en su casa vacía. Durante días permaneció sentado frente a la jaula vacía, acariciando una vieja cuerda con la que ella solía jugar, mientras las lágrimas le corrían por el rostro.
Pasaron los años. La gorila fue llevada a un zoológico, donde se adaptó rápido. Los cuidadores quedaron asombrados por su inteligencia y calma: nunca mostró agresividad, solo una curiosidad profunda hacia las personas, como si buscara a alguien.
Mientras tanto, al hombre le diagnosticaron un cáncer cerebral. Los médicos le dieron apenas unas semanas de vida. Ya casi no podía hablar ni caminar, pero una sola idea lo mantenía con fuerzas: quería ver a su amiga por última vez.
La historia conmovió a toda la comunidad, y el zoológico accedió a cumplir su último deseo.
El día del reencuentro, llevaron al anciano en una camilla, envuelto en una manta. Apenas respiraba, pero en su rostro había una leve sonrisa. Los trabajadores abrieron la puerta del recinto y lo acercaron con cuidado. La gorila estaba sentada de espaldas, tranquila.
Al escuchar un débil carraspeo, giró la cabeza. Se quedó inmóvil, observándolo unos segundos, como si no creyera lo que veía. Luego comenzó a caminar lentamente hacia él, paso a paso, mientras todos contenían la respiración.

Los cuidadores estaban preparados para cualquier reacción: habían pasado muchos años, y nadie sabía si el animal lo recordaría.
Entonces ocurrió lo impensable. La gorila se arrodilló junto a la camilla, olfateó su mano, emitió un sonido grave y profundo… y lo abrazó.
Lo sostuvo con delicadeza, sin apretar, como si temiera hacerle daño. Sus ojos se llenaron de brillo, su respiración se aceleró, y de su garganta salió un sonido suave, casi como un llanto.
El hombre levantó la mano y acarició su cabeza. Sonrió débilmente.
Nadie pudo contener las lágrimas. La gorila permaneció a su lado, balanceándose despacio, emitiendo sonidos bajos, como si le hablara en su propio idioma.
Minutos después, el anciano cerró los ojos y su respiración se detuvo.
La gorila no se movió. Se quedó allí, en silencio, velando a su amigo. Y cuando finalmente se lo llevaron, solo entonces permitió que se acercaran, mirándolos con tristeza, como si entendiera que acababa de perder a la única persona que alguna vez la amó como igual.