Greta Lovisa Gustafsson, nacida en Estocolmo como la tercera hija de su familia, fue la hija adorada de su padre. A pesar de las dificultades económicas que enfrentaban, su padre siempre se esforzó por consentir a su pequeña. Greta albergaba el sueño de convertirse en actriz, pero sus aspiraciones se vieron bruscamente interrumpidas por la grave enfermedad de su padre. Abandonó sus estudios para cuidarlo, y tras su fallecimiento dos años después, no regresó a la escuela, eligiendo en su lugar ingresar al mundo laboral.

Su sueño de actuar parecía desvanecerse en la oscuridad. Sin embargo, el destino tenía otros planes. Un casting para un comercial la llevó a ser descubierta, y su mirada cautivadora, aunque melancólica, llamó la atención de los cineastas. Greta comenzó a obtener papeles, continuó su educación y adoptó un nuevo nombre: Greta Garbo. Su carrera como actriz despegó, apareciendo tanto en películas mudas como sonoras, y obteniendo varias nominaciones al Óscar. A una edad relativamente joven, se convirtió en un ícono de Hollywood.

Adorada por audiencias de todo el mundo, Greta Garbo tomó la sorprendente decisión de dejar la industria del cine en el apogeo de su fama. Se cansó de la constante atención pública y el escrutinio. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le ofreció una nueva oportunidad: se convirtió en espía, ayudando en el rescate de prisioneros.

Después de la guerra, Greta compró un apartamento en Nueva York, viajó extensamente por América y abrazó una vida de soledad. Nunca se casó, nunca tuvo hijos, y evitaba los eventos públicos y a los paparazzi. Greta se convirtió en una verdadera ermitaña, y con el paso de los años, su apariencia cambió tanto que incluso sus fans más fieles tenían dificultades para reconocerla.

Greta Garbo falleció en 1990 a la edad de 84 años, dejando un legado de belleza atemporal, actuaciones cautivadoras y una misteriosa aura que continúa intrigando y fascinando al público hasta el día de hoy.