Una anciana vio a una niña pequeña parada junto a la tumba de su hija. Al acercarse, se horrorizó por lo que vio.

 Una anciana vio a una niña pequeña parada junto a la tumba de su hija. Al acercarse, se horrorizó por lo que vio.

Anna Petrovna iba al cementerio casi todos los días. Allí descansaba su única hija, Marina. Desde que ella había partido, la vida parecía haberse desvanecido: los días se mezclaban en una gris monotonía, y las palabras “¿para qué seguir viviendo?” resonaban demasiado a menudo en su mente.

Pero aquella tarde de otoño fue diferente. Apoyada en su bastón, la anciana se acercó a la tumba y vio a una niña. Tenía unos seis años, vestida con un ligero vestido—completamente inadecuado para el clima frío. Sus hombros temblaban, y sostenía con fuerza una margarita entre sus manos.

— Niña… ¿quién eres? — preguntó Anna Petrovna con suavidad.

La niña se giró. Sus grandes ojos, la curva familiar de sus labios—algo dentro de la mujer se quebró.

— ¿Cómo te llamas?

— Marina, — susurró la niña.

Anna Petrovna sintió un escalofrío. Ese era el nombre de su hija.

— ¿Por qué estás aquí, querida?
— Mamá siempre venía… yo la esperaba.

La anciana no podía ni inhalar ni exhalar. En el dedo de la niña, notó un anillo diminuto—exactamente igual al que le había dado a su hija cuando era pequeña.

Y entonces—una suave brisa—y la niña comenzó a desvanecerse en el aire.

— Mamá… gracias por no olvidarme, — susurró la vocecita.

Anna Petrovna cayó de rodillas, llorando. Pero por primera vez en años, sintió… ligereza.

Al día siguiente volvió.
Sobre la tumba había una margarita fresca. No era de ella.

— ¿Quién puso esta flor? — murmuró la anciana.
— Yo, — respondió suavemente una voz detrás.

La niña estaba allí, igual, ahora con una leve sonrisa.

— No recuerdo de dónde vine, — dijo. — Pero aquí hace calor. Aquí está Mamá.

Anna Petrovna escuchaba, temerosa de creerlo. Cuando la niña mencionó la nana de la pequeña estrella—la que solo ella y su hija conocían—su corazón se estremeció.

Extendió la mano, pero sus dedos atravesaron el aire.
— Siempre estoy cerca, Mamá, — susurró Marina. — Pero debo irme.

Más tarde, esa noche, Anna Petrovna volvió al cementerio.
La niña apareció. Esta vez—con lágrimas.

— Soy parte de ti, Mamá, — dijo. — Te extrañé tanto que pude regresar. Pero solo como una sombra. Vine a decirte: puedes dejarme ir. Soy feliz.

Anna Petrovna lloró, sosteniendo las manos etéreas de la niña contra su pecho.
— Siempre te recordaré, Marina.
— Y yo te recordaré a ti. Pero ahora debes vivir. Por la luz.

Y la niña desapareció, dejando solo un pétalo de margarita.

Después de esa noche, la anciana cambió. Ya no iba al cementerio a diario, ni lloraba hasta el amanecer. Ahora traía flores los domingos, siempre una margarita. Un símbolo de que recordaba.

Un día, en el parque, Anna Petrovna escuchó llanto. Una niña pequeña estaba sentada en un banco, perdida y asustada.

— Cariñita, ¿dónde está tu mamá?
— Yo… no lo sé, — sollozó.

Anna Petrovna la llevó a la policía y ayudó a encontrar a sus padres. Desde entonces, se encontraron con frecuencia. La niña se llamaba Olya. Venía de visita, escuchando historias.

— Abuela, ¡cuéntame otra vez sobre la niña y la estrellita! — pedía.

Y la anciana se lo contaba. Y cada vez sentía su corazón volver a vivir.

Pasaron los años. Anna Petrovna y Olya se volvieron inseparables.
Un día, la niña mostró un dibujo: dos figuras—ella misma y otra mayor. La inscripción decía: “Mi amiga Marina.”

— ¿Quién es ella? — preguntó la anciana, apenas respirando.
— Viene a mí cuando estás triste. Dice que eres buena. Se llama Marina.

Anna Petrovna lloró, pero eran lágrimas diferentes—brillantes.
Comprendió: Marina no solo se había despedido. Dejó atrás una luz que ahora vive en otra niña.

Esa noche, Anna Petrovna soñó: una Marina adulta estaba en un jardín, sosteniendo la mano de Olya.
— Gracias, Mamá, — dijo. — Ahora no estás sola.

Al despertar, la anciana vio en su ventana un solo pétalo de margarita.
Y sonrió.

El amor no muere.
Simplemente cambia de forma.
Pero siempre permanece cerca—en otro rostro, otro corazón, otra respiración.

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