Stephanie Miller luchó contra la depresión posparto y se sintió frustrada por su incapacidad para pintar, lo cual era especialmente desalentador ya que había trabajado como profesora de arte. En su pequeño apartamento, compartido por dos adultos y dos niños, usar pintura no era una opción ideal debido a los vapores dañinos. Pero un día, su esposo trajo a casa una máquina de coser que había comprado en rebajas por un precio simbólico. Este fue un punto de inflexión para Stephanie, y lo único que tenía que hacer era encontrar materiales para comenzar a trabajar.

Para Navidad, decidió sorprender a su esposo con un nuevo regalo: una camisa, ya que él se había tomado en serio su salud, había perdido algo de peso y su ropa antigua ya no le quedaba. Stephanie recordó la pila de ropa vieja pero perfectamente usable que había dudado en tirar. Luego comenzó a interesarse por coser juguetes para sus hijos, pero pronto se dio cuenta de que no era más que un pasatiempo. Inspirada por cuentas de Instagram donde la gente compartía proyectos de reciclaje, decidió probar y ahorrar dinero mientras creaba algo realmente significativo.

El resultado fue tan impresionante que su hija de tres años ahora se niega a usar ropa normal comprada en tiendas, prefiriendo las piezas únicas hechas por su mamá. Las prendas hechas a mano se convirtieron no solo en más cómodas, sino también especiales para ella. A Stephanie le gusta deleitar a su hija con nuevos conjuntos, pero a menudo se encuentra reflexionando sobre lo rápido que se vacía el armario. La pequeña ya ha comenzado a mirar las camisas de su papá, buscando a la próxima “víctima”, aunque muchas de ellas todavía están en buen estado.

La solución llegó rápidamente: Stephanie y su esposo comenzaron a pedir a amigos y vecinos que donaran su ropa vieja. Esto le dio una abundancia de materiales para continuar creando ropa nueva para su hija, mientras también recordaba consentirse a sí misma.