Elizabeth Alice MacGraw, nacida en 1939 en una zona rural de Nueva York, tuvo un ascenso meteórico en la industria del cine, seguido de una retirada igualmente rápida. Su infancia estuvo marcada por una paradoja: creció en un ambiente lleno de expresión artística, pero con dificultades económicas, viviendo en una casa compartida dentro de una reserva natural aislada. Su padre, Richard, arrastraba las cicatrices emocionales de haber crecido en un orfanato, lo que a menudo se traducía en un temperamento volátil. Su madre, Frances, sostenía económicamente a la familia con trabajos de arte comercial freelance, mientras que Richard intentaba, sin éxito, vender sus pinturas.

Impulsada por su creatividad innata, Ali consiguió una educación en Rosemary Hall y luego en Wellesley College. A los 22 años, se trasladó a la ciudad de Nueva York, donde comenzó a trabajar en el mundo de la moda tras bastidores en Harper’s Bazaar. Su destino cambió drásticamente cuando la influyente editora Diana Vreeland la contrató como asistente, un trabajo de alta exigencia. El fotógrafo de moda Melvin Sokolsky reconoció su magnetismo y la impulsó a convertirse en estilista, profesión en la que brilló durante seis años. Posteriormente, dio el salto al modelaje, captando incluso la atención de Salvador Dalí, aunque las excentricidades del artista la llevaron a replantearse su camino y explorar la actuación.

MacGraw debutó en Hollywood con la película “Goodbye, Columbus” en 1969, que le valió un Globo de Oro. Sin embargo, su papel en “Love Story” (1970) la catapultó a la fama mundial y le otorgó una nominación al Óscar. En el ámbito personal, se casó con el productor Robert Evans y tuvieron un hijo, pero el matrimonio terminó cuando inició una relación con Steve McQueen. Su romance con McQueen fue apasionado pero complicado, pues él esperaba que abandonara su carrera para dedicarse exclusivamente a la vida doméstica. Su matrimonio llegó a su fin en 1978, dejándola en una situación económica precaria debido a un estricto acuerdo prenupcial.

Tras su divorcio, Ali enfrentó problemas con el abuso de sustancias, lo que afectó su carrera. Durante la filmación de “Convoy” (1978), sus dificultades con la adicción se hicieron evidentes y, con el paso de los años, los proyectos cinematográficos dejaron de llegar. Desilusionada por la manera en que la industria trataba a las actrices mayores, se volcó al diseño de interiores y aceptó papeles ocasionales en los años 80. Sin embargo, al ver cada vez menos oportunidades, decidió ingresar al centro de rehabilitación Betty Ford en 1986. En 1993, un incendio arrasó su hogar en California, lo que la llevó a alejarse definitivamente de Los Ángeles.

Hoy, a sus 85 años, Ali MacGraw vive en paz en Tesuque, cerca de Santa Fe, Nuevo México, aceptando con orgullo el paso del tiempo y luciendo su cabello plateado con naturalidad. Lejos del brillo de Hollywood, ha encontrado felicidad en una vida más sencilla. A pesar de los desafíos que ha enfrentado, sigue siendo un símbolo de reinvención personal, demostrando que la transformación es siempre posible.